En aquellos años de niñez y juventud provinciana no se hablaba de Benedetti en el pueblo.
Y solo lo leíamos un par de gurises al borde de la orfandad, mezclado el cumpleaños de Juan Ángel con el Diario del Che o el Libro de Manuel.
No era una celebridad Benedetti en aquellos años. Lo es ahora, hasta con estatuas a medida eternizadas en los bancos de la plaza Nacha canta Benedetti en disco de vinilo: fue la compra estrella producto de mi primer salario, ferroviario, apenas pisados los dieciocho. Para aquellos chiquilines de Paso de los Toros, sus poemas eran sí la denuncia radical al país de la grisura y las persecuciones e impunidades, pero también la promesa de un hablar distinto, de mundos diferentes, más justos y menos asfixiantes.
Recuperada la democracia para buena parte de la intelectualidad literaria uruguaya todo se trató de restaurar lo antes existente. Allí el Benedetti militante migró lentamente al poeta de póster y frases de ocasión que hoy, ya en el siglo XXI, inunda las redes.
Cuánto se repitió Benedetti a sí mismo, cuánto se congeló en personaje de una noción descafeinada de la rebeldía, cuánto cedió a la tentación de ser el poeta nacional, referencial para aquella misma medianía que lúcidamente desnudó cuarenta años atrás, todo eso es materia para los críticos.
Al trazar la línea sabremos que su obra fue valiente, que su compromiso humano e intelectual nos recuerda que no es digno de la literatura guarecerse en la torre de marfil, que es asunto de la poesía colocar la escritura del lado de los silenciados.
El autor es editor, periodista y poeta uruguayo