El presidente llora antes de iniciar los actos.

Alberto Fernández había aterrizado en Pila, un pueblo de seis mil habitantes fundado por Rosas en 1839, ubicado a 146 kilómetros al Sur de La Plata. Lo recibieron con algarabía. Era la primera vez en la historia que un presidente ponía los pies en el lugar. Después del acto, Alberto decidió tomarse un rato para estar solo, con el teléfono en la mano y los ojos clavados en el teclado, sentado en una sala contigua al salón principal donde lo esperaban para almorzar. Es una imagen que se repite y que perturba al poder: la del Presidente abstraído con el celular en medio de alguna reunión o en el helicóptero, revisando Twitter, contestando mensajes privados (algunos inverosímiles, según describen quienes no han contenido la tentación de espiar su pantalla mientras estaban con él) o redactando comunicados que su círculo íntimo ignora y que luego producen un alto impacto político. Es frecuente que la portavoz irrumpa en el despacho presidencial, sorprendida: “Me preguntan por tal cosa, ¿que vamos a decir?”.

En Pila, los intendentes que lo habían visto sentado antes de entrar y permanecían atentos a pocos metros, vieron de pronto a Fernández escribir rápido y sin parar. Alberto se puso de pie enseguida, se dirigió al salón y reveló qué lo había tenido tan ensimismado. Había leído de nuevo las críticas de Cristina a la Corte Suprema y se propuso actuar. Sus tuits contra los cortesanos se dispararon desde esa sala.

—Alberto, vas a tener que volver a enamorarte de Cristina —se animó uno de los alcaldes antes del asado.

—Con Cristina estamos muy bien —dijo.

Faltaban cinco minutos para las dos de la tarde del martes. El dólar blue superaba los 300 pesos y el riesgo país alcanzaba 2.800 puntos. Lo peor de la semana aún estaba por llegar.

Alberto hizo catarsis. Tras contar que él le es fiel a su socia en la embestida contra el máximo Tribunal de Justicia, sostuvo que nunca ha sentido que el apoyo fuera recíproco. “El programa de Batakis es el mismo que el de Guzmán. No entiendo por qué tuvieron tanta agresividad con él”, señaló en un momento de la charla.

Sin que nadie le pidiera precisiones, el Presidente desgranó los obstáculos con los que debió lidiar en dos años y siete meses de administración y enlazó buena parte de ellos al vínculo tóxico con la vice. En un momento se quebró. Se especuló durante 24 horas sobre si el llanto había existido o si era una fábula de algún alma cruel. Una voz del Ejecutivo lo negó, como suele hacer, y atribuyó la versión a dirigente marginales de La Cámpora, que habían participado de la actividad.

“No fue un llanto como el de las novelas. Fue un instante. Los ojos se le pusieron rojos y siguió hablando”, contó uno de los intendentes. Fernández dio algunos detalles de las tropelías que sufre. Insistió, en contra de lo que asegura Cristina, que no hubo ni hay un festival de importaciones. Asumió que existe un grave problema con el dólar -que intentó asociar con el valor del gas post invasión de Rusia en Ucrania- y vaticinó que dará todas las peleas necesarias “con tal de que no vuelvan Macri y Cambiemos”. Frente a una inquietud, volvió a defender el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. “¿Imagínense lo que sería hoy sin ese acuerdo?”, dijo. Lo aplaudieron.

Por unos segundos, Alberto pudo sonreír. La corrida cambiaria, la inflación y el frente interno lo tienen arrinconado. En los últimos días ha tenido que responder dos preguntas malditas, formuladas de distintas maneras o, más bien, con aproximaciones: si es posible resistir hasta el 10 de diciembre de 2023 en medio de una batalla constante dentro y fuera de la coalición y cuáles son las intenciones reales de su principal aliada. “Yo no me voy a ir y Cristina no quiere mi lugar. Sabe que no están dadas las condiciones para que ella asuma”, ha dicho.

El Gobierno luce paralizado, no solo por el cimbronazo que padece de modo cotidiano por las alteraciones del dólar y por la merma de reservas en el Banco Central. Aunque se empeñe en demostrar lo contrario, la crisis arrasa en todos los ministerios. Hay escenas espeluznantes. El lunes, cuando antes de las ocho de la mañana llegó a su despacho de jefe de Gabinete, Juan Manzur le pidió a sus colaboradores que le mostraran los expedientes que tenía pendientes para firmar. No tenía ninguno.

Ese parate podría profundizarse en el corto plazo. Batakis ha decidido sentarse sobre la caja para bloquear los pocos recursos que puede administrar frente a la exigencia de bajar drásticamente la emisión, controlar el déficit y colaborar para que el Banco Central acumule reservas. Eso podría explicar, al menos en parte, el silencio atroz de Cristina y de La Cámpora, cuyos miembros se han corrido deliberadamente de la escena pública. Cristina, hasta la renuncia de Guzmán, tenía previsto hablar en actos una vez por semana. Desde entonces no apareció más. Y los conductores camporistas ni siquiera hablaron con las radios amigas.

Se especuló, es cierto, sobre las explosivas palabras de Juan Grabois, que habló de sangre en las calles y de posibles saqueos si no se instrumenta el Salario Básico Universal. O sobre las de Hebe de Bonafini, que despotricó contra Fernández y lo acusó de hacer cada vez más pobres a los argentinos. Las posiciones radicales del cristinismo siempre nacen de dirigentes marginales. Habrá que ver cómo evolucionan. Por lo pronto, nadie salió al cruce de Grabois ni de Hebe.

La nueva ministra de Economía les transmitió a los gobernadores que no hay más plata y que las provincias con superávit deberán apelar a sus propias reservas si necesitan hacer movimientos. Que el ajuste nacional es inexorable y que ni así es posible descartar nuevos temblores. Es parte del mensaje con el que llegará a Estados Unidos en las próximas horas.

Se lo dijo a los pocos mandatarios que tuvieron el gesto de venir a verla. Hubo un fuerte operativo para que todos desfilaran por el Palacio de Hacienda y demostraran su apoyo. No pudo ser. Vinieron menos de diez y los que lo hicieron, salvo dos o tres excepciones, fueron bajo presión. Hubo contactos con operadores y ex gobernadores que tienen ascendencia sobre los actuales para torcer el no inicial. En política no siempre se apela a armas nobles. Podría explicarlo el neuquino Omar Gutiérrez, por ejemplo, que recibió un sugerente llamado cuando dijo que no podía venir a Buenos Aires. Lo pensó mejor y vino.

El otro aliado incómodo de Alberto es Sergio Massa. El presidente de la Cámara de Diputados está más que preocupado. Unos 50 dirigentes del Frente Renovador le plantearon hace unos días en un encuentro en San Fernando que hay que marcar mejor la cancha. “Somos un partido político, no una gestoría”, dijo uno de esos dirigentes. El viernes se instaló en algunos círculos empresarios que el diputado estaba a un paso de convertirse en jefe de Gabinete. Por la noche, esos rumores se apagaron. En la noche del sábado resurgieron.

Massa estuvo el viernes varias horas en la Casa Rosada. Cerca suyo dijeron que Alberto Fernández conoce mejor que nadie sus exigencias para sumarse al Gobierno. Son las mismas que puso cuando renunció Guzmán. No alcanza con cambiar solo un apellido, dice. El primer mandatario se resiste a su ingreso. Pero la corrida del dólar blue podría ponerlo contra las cuerdas. No faltará mucho para que alguien se pregunte hasta qué punto puede durar Batakis en el puesto si todo sigue así. Asumió con un dólar blue a 239 pesos y una brecha con el oficial del 91%; el viernes cerró a $ 338 y la brecha se estiró al 160%. En solo 20 días.

La pérdida de reservas del Banco Central se ha vuelto dramática. El Gobierno insiste en que no va a haber devaluación. Pero no explica cómo hará para que esa devaluación no termine siendo forzada por el mercado. El ministro de Agricultura, Julián Domínguez, intentó que el campo liquide a un dólar intermedio, entre el oficial y el blue. Massa planteó un esquema de compensación a los exportadores sin incidencia en la cadena de valor local, a los efectos de acelerar el proceso de liquidación. Pesce puso el grito en el cielo. El cristinismo se mantuvo fuera del radar, pero ayer Cristina asistió a Olivos para hablar a solas con Alberto de la tensión cambiaria y explorar más medidas.

Alberto escucha y no se decide. Cuando lo presionan, contesta con frases que ya todos conocen. Dice que hay que pensarlo bien y que hay que esperar. Que algo va a hacer.

 

Fuente: Qpaso.ar